sábado, 24 de agosto de 2013

Día 15- Ser niños




SER NIÑOS

Las seños y los profes llegan a la escuela. Como cada día, entran a su clase y los niños se levantan de sus sillas para recibirles. Les dan los buenos días, con su característica cancioncilla. Los profes y las seños sonríen, y van saludando. Chocan los cinco a Nelson y David, que están en la mesa 5. Se acercan a la mesa 2 para hacer cosquillas a Heidi y a Jefferson. Lidia les pide por séptima vez esa semana que entonen el 'Don Federico' y Marisol le pregunta a Seño Lucía que si hoy se acordó de traer el pintauñas.

Mientras en la clase de Primaria Acelerada, Marleny está sentada junto a Seño Jasmin, que dicta simultáneamente unas cinco palabras. Que-so. Ki-wi. Es-pu-ma. El pájaro rojo... Henry pide más tarea y Jéssica reclama el calientamanos que le prometió la seño porque ya ha terminado su planilla.

Los mayores están en clase de ciencias y copian la escala social maya de la pizarra. Santos se levanta a jugar con Byron, pero en cuanto Seño Vicky les pone una sopa de letras con las palabras del aparato reproductor que aprendieron ayer es el primero en terminarla.

Hora del recreo. Los que les toca dar a la comba se encajan como pueden en el patio de piedras para que los que saltan  al son de 'las tijeras que se abren y se cierran' tengan espacio suficiente. En la cuesta de fuera, se juega un partidillo esquivando a los de las canicas. Dentro de las clases aprovechan el suelo liso para jugar al trompo.

Risas, juegos.

Y por un momento, por unas horas, de ocho a doce, estos niños son niños. Niños que juegan y que aprenden, niños que pueden ser niños.



Y por un momento, nos olvidamos. Nos olvidamos de que sus camisetas tienen agujeros, de que la mochila se cae a trozos. Nos olvidamos de que muchos se han levantado de madrugada y han ido al campo esa misma mañana. De que para la mayoría la refacción es su primera comida del día.

A las doce se acaba la escuela. Los profes y las seños se reparten y cada día intentan acompañar a alguno de los niños hasta sus casas. Los hay que viven cerca, a apenas cinco minutos, como Mirna, pero otros, atraviesan todo Santa María.

Caminando junto a ellos, el hechizo se va diluyendo y los niños, que son niños, lo parecen un poquito menos. - ¿Qué hizo usted ayer por la tarde? Fui a recoger carbón. ¿Cuántos hermanos tiene? Tenía 10, pero tres murieron así que ahora somos siete. –

Entonces la realidad nos golpea. Las risas y el juego quedan lejos de su realidad pero ahí están ellos, dándote la mano, sonriendo. Felices de que les acompañes y de que estés ahí. El camino a sus casas es toda una experiencia. Es entonces cuando tienes la oportunidad de conocerles más y mientras caminas, te vas dando cuenta de que su vida no es fácil. Y es ahí cuando a ti te lo ponen difícil.

Te lo ponen difícil porque antes, en el patio, no te acordaste de que pasó frío por la noche. Y no quieres, no puedes permitir que pase más frío. No quieres que vaya al campo por las mañanas, porque tiene siete años y lo justo sería que saltara a la comba o jugara al fútbol y que sus preocupaciones fueran solamente aprender a escribir ‘pájaro’ correctamente y no cuidar de sus hermanos más pequeños.

Para eso también estamos nosotros aquí. Para recordarles que son niños, para cantarles el ‘Hola Don Pepito’ y hacerles reír. Y para enseñarles que, a pesar de todo, pueden soñar...

1 comentario:

  1. Un relato de los que llegan al corazón y se queda ahí plantado obligandote a tomar partido. Yo, sin duda, por ellos. Un regalo del autor o autora para todos nosotros. Gra cias por compartir la experiencia.

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